Amigos Ingenieros y Estudiantes
de Ingeniería ambiental; hoy les traigo un tema que cada vez está
tomando mayor relevancia e interés en el mundo entero como es la ya
famosa Teoría De Gaia del científico James Lovelock;
podemos estar a favor o en contra de su teoría, pero no deja de ser
interesante conocer un poco más de las cosas que plantea.
Saquen sus propias conclusiones.
La hipótesis de Gaia es un conjunto de modelos
científicos de la biosfera en el cual se postula que la vida fomenta y mantiene
unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno. Según la
hipótesis de Gaia, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se
comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico,
se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la
temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se
comportaría como un sistema auto-regulador (que tiende al equilibrio).
La teoría fue ideada por el químico James Lovelock en 1969 (aunque publicada en 1979) siendo apoyada y extendida por la bióloga Lynn Margulis. Lovelock estaba trabajando en ella cuando se lo comentó al escritor William Golding, fue éste quien le sugirió que la denominase “Gaia”, diosa griega de la Tierra (Gaia, Gea o Gaya).
Lovelock fue llamado por la NASA en 1965 para participar en el primer intento de descubrir la posible existencia de vida en Marte. Participó como asesor de un equipo cuyo objetivo principal era la búsqueda de métodos y sistemas que permitieran la detección de vida en Marte y en otros planetas. Uno de los problemas a resolver sería el encontrar los criterios que deberían seguirse para lograr detectar cualquier tipo de vida. A Lovelock le llamaron la atención las radicales diferencias que existían entre la Tierra y los dos planetas más próximos, fue la singularidad de las condiciones de la Tierra lo que le llevó a formular su primera hipótesis.
"Es demasiado tarde para salvar al planeta"
Ésta es la conclusión del profesor James Lovelock, el polémico científico británico de 90 años que desarrolló la Hipótesis de Gaia, una teoría que sugiere que la Tierra es una vasta unidad cuyos componentes interactúan, manteniendo un equilibrio, que, durante miles de años, ha favorecido a la especie humana.
En entrevista con la BBC, Lovelock aseguró que la única esperanza de cara a un cambio climático completamente impredecible, es que que la Tierra se "haga cargo" de sí misma.
Y aunque las palabras del científico no son muy alentadoras, no atribuyó la responsabilidad a los seres humanos por el estado en el que se encuentra el planeta.
"Nosotros hemos apretado el gatillo, pero no somos culpables. No nos propusimos deliberadamente calentar el mundo, pero como resultado de lo que hicimos -construir civilizaciones-, iniciamos un cambio"
La teoría fue ideada por el químico James Lovelock en 1969 (aunque publicada en 1979) siendo apoyada y extendida por la bióloga Lynn Margulis. Lovelock estaba trabajando en ella cuando se lo comentó al escritor William Golding, fue éste quien le sugirió que la denominase “Gaia”, diosa griega de la Tierra (Gaia, Gea o Gaya).
Lovelock fue llamado por la NASA en 1965 para participar en el primer intento de descubrir la posible existencia de vida en Marte. Participó como asesor de un equipo cuyo objetivo principal era la búsqueda de métodos y sistemas que permitieran la detección de vida en Marte y en otros planetas. Uno de los problemas a resolver sería el encontrar los criterios que deberían seguirse para lograr detectar cualquier tipo de vida. A Lovelock le llamaron la atención las radicales diferencias que existían entre la Tierra y los dos planetas más próximos, fue la singularidad de las condiciones de la Tierra lo que le llevó a formular su primera hipótesis.
"Es demasiado tarde para salvar al planeta"
Ésta es la conclusión del profesor James Lovelock, el polémico científico británico de 90 años que desarrolló la Hipótesis de Gaia, una teoría que sugiere que la Tierra es una vasta unidad cuyos componentes interactúan, manteniendo un equilibrio, que, durante miles de años, ha favorecido a la especie humana.
En entrevista con la BBC, Lovelock aseguró que la única esperanza de cara a un cambio climático completamente impredecible, es que que la Tierra se "haga cargo" de sí misma.
Y aunque las palabras del científico no son muy alentadoras, no atribuyó la responsabilidad a los seres humanos por el estado en el que se encuentra el planeta.
"Nosotros hemos apretado el gatillo, pero no somos culpables. No nos propusimos deliberadamente calentar el mundo, pero como resultado de lo que hicimos -construir civilizaciones-, iniciamos un cambio"
Aquí les dejo una pequeña entrevista a James
Lovelock, que nos habla sobre sus teorías y sobretodo de su último libro.
Este abuelo vitalista y alegre regresa convertido en
un mensajero de la oscuridad. Su último libro, The Revenge of Gaia (La venganza
de Gaia), recién publicado en el Reino Unido, viene a decirnos que estamos
inevitablemente abocados a una catástrofe natural casi inmediata. Resulta
difícil creer que el mundo tal y como lo conocemos se acabe en pocos años. Pero
también nos resulta difícil creer en nuestra propia muerte.
Su último libro es un verdadero bombazo que presenta
un futuro muy negro para la humanidad.
–Me temo que sí, es una historia muy triste, aunque no
totalmente desesperada. Va a ser un golpe muy grande para los humanos, pero
habrá sobrevivientes y tendremos la oportunidad de empezar de nuevo. Porque en
esta ocasión la hicimos pésimo. En cierto modo me siento mal por ser el
portador de noticias tan terribles, pero por otro lado miras alrededor y ves
que las cosas empeoran y empeoran por momento en el mundo, y alguien tiene que
intentar detener ese desastre.
Usted dice que para 2050 se habrán derretido los polos
y que Londres, entre muchos otros lugares de la Tierra, estará bajo las
aguas.
–En efecto, los polos se habrán derretido totalmente y
puede que antes de esa fecha. En cuanto a las inundaciones, no estoy seguro de
si ocurrirán tan pronto. Lo que provocará las inundaciones masivas será el
deshielo de los glaciares, y puede que eso tarde un poco más.
Pero en cualquier caso sería lo suficientemente
pronto, antes de que se acabe este siglo.
–Oh, sí, eso desde luego. Definitivamente, antes de
que se acabe este siglo, Londres estará inundado. Y todas las zonas costeras.
Imagínese Bangladesh, por ejemplo; el país entero desaparecerá bajo las aguas.
Y sus 140 millones de habitantes intentarán desplazarse a otros países, donde no
serán bien recibidos. En todo el mundo habrá muchas guerras y sangre.
Mire, lo que más me inquieta de sus predicciones es
que usted nunca ha sido un hombre apocalíptico.
–Nunca, nada. Siempre he sido justamente todo lo
contrario.
Que usted salga ahora con un libro tan pesimista debe
de haber supuesto un choque en la comunidad científica.
–Bueno, tengo bastantes amigos en el campo de la
ciencia, y especialmente dentro de los científicos del clima, que manejan los
mismos datos que estoy manejando yo. Lo que pasa es que, al estar empleados, no
pueden hablar claramente de estas teorías, porque perderían sus trabajos. Pero
hablan conmigo y dicen que en cierto sentido soy su portavoz. Están muy
preocupados. Y su actitud respecto del libro que acabo de publicar es que, en
todo caso, se queda corto. La situación es verdaderamente muy mala.
Tan mala que dice que hay que recurrir a la energía
nuclear, porque no hay tiempo para descubrir otra alternativa lo
suficientemente eficiente.
–Así es. No es que yo esté en contra de otras energías
alternativas, sobre todo en algunas zonas como los países desérticos, donde
resulta de lo más razonable usar la eólica para desalinizar el agua. Pero en
países muy urbanos y densamente habitados, como Inglaterra o Alemania, es
absurdo intentar sacar la energía de los molinos de viento.
Su apoyo a la energía nuclear lo puso otra vez en el
ojo del huracán. Seguir siendo así de polémico con 86 años tiene su mérito y su
gracia.
–Bueno, supongo que sí, en tanto y en cuanto consigas
evitar los misiles que te disparan desde todas partes.
Además de científico es inventor y ha creado unas
sesenta patentes.
–Pero no poseo ninguna de ellas. La gente no suele
saber que, si quieres patentar algo, todo el proceso legal hasta llegar a la
patente te cuesta 100.000 libras y a ver cuánta gente tiene ese dinero. Porque
además sólo un invento de cada cinco termina siendo rentable. Por otra parte,
no soy un hombre de negocios y nunca quise serlo, así es que lo que hice fue
buscar alguna empresa buena, amable y honrada, como Hewlett-Packard, por
ejemplo. Y entonces llegas a un acuerdo muy simple, según el cual les cedes tus
inventos dentro de un campo determinado y a cambio ellos te pagan un dinero.
Hewlett-Packard me ha pagado 32.000 dólares al año, y me basta.
Pero podría haberse hecho multimillonario, sobre todo
con el ECD. Y, de hecho, usted patentó ese invento. Pero luego se lo robaron.
–Lo que sucedió es que yo fui a Yale a trabajar
durante unos meses en el departamento de medicina. Ya llevaba el ECD en la
cabeza desde mucho antes, pero lo construí allí. Los de Yale dijeron:
"Bueno, vamos a patentarlo; un tercio para Yale, otro para una agencia de
patentes y otro tercio para ti". "Bueno –dije–, acepto." No soy
ambicioso y no me importaba compartir la patente. Pero en cuanto registramos el
ECD recibí una carta muy ruda del gobierno americano diciendo que ellos se quedaban
con la patente. Me quedé atónito, pero entonces recibí una carta mucho más
amable del decano de Medicina de Yale, en la que me pedía por favor que
renunciara a mis derechos, porque estaban amenazando con cortarle la mitad del
presupuesto al departamento. Así es que renuncié. Podría haber acudido a
abogados y demás, pero todo eso cuesta dinero y yo no sabía si iba a poder
recuperarlo. A decir verdad, por entonces yo no pensaba que el ECD fuera a ser
una patente muy valiosa.
Y luego se convirtió en uno de los inventos
fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.
–Sí, pero no me gustaría que diera la imagen de que me
siento frustrado o amargado por eso, por haber perdido la patente. No es algo
que me haya preocupado. Mire, esto es el ECD (es un objeto del tamaño de un
paquete de cigarrillos, unos cuantos hierros viejos clavados a una base de
madera).
¿Y esto tan pequeño cambió el mundo?
–Bueno, no tiene por qué ser grande. Y lo que me
encanta es que lo fabriqué yo mismo. Fue muy divertido.
Sí, y para conseguir la fuente radiactiva que
necesitaba raspó la pintura fluorescente del cuadro de mandos de un viejo avión
militar.
–Cierto. Hoy no podría hacer eso, porque las nuevas
regulaciones verdes respecto del manejo de la radiactividad me lo impedirían.
Es increíble, pero si los verdes hubieran sido verdaderamente poderosos en los
años ’50, nunca hubiera podido inventar este aparato.
Luego colaboró con la NASA. Entre otras cosas, inventó
un instrumento que luego formó parte de la Viking y ahí apareció Gaia, de
golpe, como un relámpago, en 1965.
–Sí, conocí a unos biólogos y un día me dijeron:
"¿Por qué no viene a una conferencia que tenemos sobre la detección de
vida en Marte?". Me pareció estupendo. Y resulta que los biólogos estaban
desarrollando equipos de detección para la superficie de Marte como si fueran a
buscar vida en el desierto de Nevada. Y yo no hacía más que decirles:
"¿Pero cómo pueden pensar que la vida en Marte, si es que hay vida, va a
crecer en un medio así? La vida allí puede ser completamente distinta".
Entonces me dijeron: "¿Qué harías?". "Bueno, yo intentaría
buscar una reducción de la entropía." Esto les hizo tragar saliva, porque
dentro de la fraternidad biológica nadie parece tener una idea clara de lo que
es la entropía. Eso me forzó a desarrollar un análisis atmosférico que marcara
qué condiciones pueden llevar a la vida, y de ahí surgió Gaia.
Lo que dijo es que el equilibrio químico de la
atmósfera posee un índice muy alto de entropía, de desorden. Y que cuando se
encuentra una atmósfera con una entropía baja, en la que hay demasiado metano,
o demasiado oxígeno, o cualquier otro ordenamiento químico anómalo, eso indica
la presencia de vida. Porque es la vida la que altera el equilibrio químico y
lo ordena. Esa idea de la vida como generadora de orden es muy bella.
–Gracias. Verá, el jefe de allí se enojó por llevarle
la contra y me dijo: "Hoy es miércoles. Ven el viernes a mi despacho con
un sistema práctico de detección de vida a través de la atmósfera o atente a
las consecuencias". Sonaba a una amenaza de despido, y la verdad es que
cuando te someten a esa presión es increíble lo de prisa que se piensa e
inventa.
Y del miércoles al viernes nació Gaia.
–Lo que pensé es que esos gases de la atmósfera
reaccionan los unos con los otros muy rápidamente. Sin embargo, la atmósfera de
la Tierra había permanecido estable durante mucho tiempo. Y me dije: "¿Qué
es lo que hace que se mantenga esta estabilidad?". Y lo único que podía
mantener ese equilibrio era la vida. A los científicos del clima les gustó el
nombre y la idea desde el principio. El problema siempre fue con los biólogos.
De alguna manera, los biólogos creen que la vida es su propiedad. Los biólogos
eran tan ruidosamente anti-Gaia que ni siquiera conseguías publicar un artículo
en una revista científica si llevaba la palabra Gaia por algún lado.
Mientras le discutían, Gaia estaba inmerso en "la
guerra del ozono", la polémica de los setenta entre los verdes y los
químicos industriales.
–Ay, sí. Esa fue una batalla adyacente y también
estuve en el sector equivocado. Se ve que es mi sino esto de estar en el sector
erróneo.
Se alineó con la industria. Pero dice en su
autobiografía que se descubrió ahí, que no es que eligiera partido.
–Pues sí, es que simplemente las cosas sucedieron así.
Con el ECD, la gente empezó a descubrir restos de pesticidas por todas partes
del mundo y empezaron a ponerse locos con eso. Pero es que el ECD es un aparato
tan ultrasensible que yo le aseguro que, si ahora cojo una muestra de su sangre
o de la mía, podría sacar la huella de todos los pesticidas que se han usado en
el planeta, porque están almacenados en nuestro cuerpo. Ahora bien, los niveles
de estas sustancias son tan extraordinariamente pequeños que son totalmente
inofensivos. Y lo que sucede es que los verdes no son nada sensatos y no saben
distinguir entre la presencia de un pesticida y que esa sustancia alcance un
nivel dañino. El médico medieval Paracelsus ya dijo que el veneno es la dosis y
tiene razón, pero los verdes no podían entender eso. Y el caso es que cuando
descubrí los CFC en el océano, me dije que los verdes van a decir que nos
estamos envenenando, cuando en realidad se trataba de cantidades ínfimas. Y
entonces en aquella guerra sostuve que el CFC no era dañino, y eso me colocó en
el sector de los malos desde el principio.
Luego se descubrió que el daño que hacían los CFC era
de otro tipo.
–Claro, era en la estratosfera y a la capa de ozono,
pero no en el aire y como riesgo biológico para la gente. En fin, fue una
batalla muy áspera y amarga. Además de inútil. El verdadero problema es que la
gente no se ha hecho cargo de la situación medioambiental, y entonces Gaia está
haciéndose cargo de ella, por así decirlo. El deterioro fue demasiado lejos y
ahora el sistema está moviéndose rápidamente hacia uno de esos momentos
críticos. Vamos a vernos reducidos a quizá 500 millones de humanos, tan poco
como eso, 500 millones de humanos viviendo allá arriba, en el Artico. Y
tendremos que empezar de nuevo.
Y si nos esforzamos en tomar medidas y abandonar todas
esas prácticas que están alterando el ozono y provocando el cambio climático...
–No serviría de nada. Hace 100 o 50 años hubiera sido
posible hacer algo, pero a estas alturas ya no hay manera de detener el
proceso. Yo creo que dentro de la ciencia del clima todo el mundo sabe que ya
es demasiado tarde. Es como ir dentro de un bote y estar demasiado cerca de una
catarata. Por mucho que remes, no podrás evitar la caída. Y ahora lo mismo: no
se pueden parar las fuerzas naturales que mueven el planeta. A veces pienso que
estamos igual que en 1939, cuando todo el mundo sabía que iba a empezar una
guerra mundial, pero nadie se daba por enterado.
Si todo da igual, ¿qué importa usar energía nuclear o
no?